Mantegazza y su librito

Por un buen rato en mi vida pensé que no podría ya sacar nada nuevo al tema del Psicoanálisis. Las mismas falacias, los mismos errores y las mismas respuestas a cualquier crítica o pregunta sobre el dogma del diván. Al ponerme a escribir sobre la histeria me di cuenta de que estaba equivocado. Pude ver lo tan acertado que estaba Eysenck con Freud. Pude ver, en pequeños detalles que parecen insignificantes, que Freud no hacía más que seguir las ideas de la comunidad médica de su momento. Un ejemplo de esto es la escena de Dora con la lectura del libro de Mantegazza.

Recordemos que el caso de Dora trata de un joven de casi 18 años que sufría los acosos persistentes del Señor K1, un hombre casado que su esposa tenía un romance con el padre de Dora. ¡Digna historia de cualquier telenovela! Pero los acosos del señor K no eran recientes. Ya había intentado seducir a Dora desde que tenía 14 años. Repito. ¡Flor de historia para drama de la tarde! O quizás para un drama en el cine. Lamentablemente, para Dora, nadie le creía. O más bien, todos negaban lo que estaba sucediendo a plena vista.

En un viaje de veraneo, Dora y su padre se encuentran con el matrimonio de los K. en un centro alpino cercano a unos lagos. El padre de Dora debía ausentarse y antes de irse prometió volver en un par de días. Dora, de unos 16 años en aquel entonces, quedó al cuidado de aquel matrimonio. Al volver su padre por ella, Dora insiste en retirarse. No desea quedarse un momento más con aquella pareja. Dora le explicaría que el señor K. le había hecho proposiciones indecorosas2 El señor K. en su propia defensa, negó lo sucedido de forma curiosa: “Acalorada, sin duda, por semejantes lecturas, había fantaseado la escena amorosa de la que ahora le acusaban.”3. Este se refería a Fisiología del Placer de Mantegazza, el cual Dora leía junto con la señora de K.

Acusar a la chica de tener fantasías, casi de delirios, no parece ser más que una pobre, quizás desesperada, y poco imaginativa defensa para su comportamiento. No obstante, aunque parece una escena irrelevante, no lo es, ya que se estaba hablando de una paciente histérica. Puesto que las pacientes histéricas eran bastante susceptibles a las emociones, se debía cuidar a lo que se exponían, particularmente a todo aquello que exaltara sus emociones, las descuidara, o bien las pusiera ante de lo racional.

Una educación defectuosa o imperfecta no desalienta la superstición, que, como hemos visto, es muy favorable para el desarrollo de la histeria. Más aún, ciertos sistemas de educación, aunque no son exactamente defectuosos, son ciertamente muy imprudentes, cultivando en gran medida el lado emocional de la naturaleza del niño; desarrollando lo dramático, lo patético, lo sentimental o lo sensacional. Sin duda hay muchas mentes embotadas que se aceleran con este método, pero hay muchas más estimuladas hasta el punto de que la exposición normal de las emociones se detiene y comienza la histeria. 4

[…] se empezará temprano a fortalecer el aspecto psíquico y a evitar un desarrollo precoz de tipo intelectual, pero también, y sobre todo, afectivo. La vida en el campo, simple e incluso carente de ciertas comodidades, los baños y las lociones frías, los paseos, el ejercicio, los juegos movidos y ruidosos, son aconsejables. Se evitarán por el contrario, los excesos emocionales y sobre todo de sensiblería en las relaciones con los padres; se prohibirán los internados, el esfuerzo sobre escolar, la búsqueda precipitada de titulaciones inútiles, y más adelante los bailes, las veladas nocturnas, las coqueterías, las historias de miedo y la lectura de novelas. 5

Las causas se refieren al modo en que se educan las niñas y sus hábitos generales de vida ayudan materialmente en su producción, como la falta de una ocupación útil; indolentes hábitos lujosos y áridos; sobrecuidadas y consentidas; el sometimiento a preocupaciones mezquinas de la vida guiada por la moda; quedándose tarde en las fiestas; o la lectura de novelas sentimentales. 6

Lo último era justo el caso de Dora. Esta se pasaba leyendo el libro de Mantegazza sobre el amor. El libro se dedica a hablar de las diversas fuentes de placer, como la amistad, el recuerdo, la benevolencia, el amor a la patria, la voluntad, la investigación de la verdad, la justicia y el deber, el ridículo, el amor fraternal, etc. Pocas páginas están dedicadas a las relaciones románticas, pero no era necesario que se exaltaran esos tipos de sentimientos para afectar a la paciente histeria. Cualquier exaltación emocional bastaría. No obstante, al leer el caso, debido a la ausencia de detalles sobre el libro, pareciera de que lo único que hablara fueran de relaciones amorosas y hasta sexuales.

Que Freud haya considerado como relevante hacer notar esta escena con el señor K y hacer notar las lecturas de Dora, no es algo que saliera de su propia consideración. Este tipo de literatura ya era recomendaba de evitar para las pacientes histéricas. De hecho, parece que hasta era algo popular una expresión de que se ajusta bien a la situación de Dora: “Si su hija lee novelas a los quince años tendrá histeria a los veinte”7. Por lo tanto, que Freud destaque esa pequeña escena, pues no es al azar o porque veía algo que nadie más veía allí. No era porque estaba descubriendo la importancia de lo sexual. Conocía bien la susceptibilidad de las pacientes histéricas, porque todos hablan de ello. Todos en su tiempo conocían que tan sugestionables eran. De allí, que él destacara esa pequeña escena y destaca el detalle de la lectura del librito de Mantegazza.

De nuevo, Eysenck tiene razón. Lo que había de nuevo en Freud no era cierto, pero lo que era cierto no era nuevo.

  • 1. Vale recordar y remarcar que no era ningún Kirchnerista.
  • 2. Freud, Sigmund, “Análisis fragmentario de una histeria”, en Obras Completas (Biblioteca Nueva, 1901[1905]), pp. 945,988
  • 3. Ibidem, p.945
  • 4. Preston, George J., Hysteria and certain allied conditions (Filadelfia: P. Blakiston, Son & Co., 1897), p.34
  • 5. Grasset, Joseph, "Histeria de fin de siglo", en La Histeria antes de Freud (Madrid: Ergon, 1899), p.243
  • 6. Roberts, Frederick T., Theory and Practice of Medicine 2 (Philadelphia: Lindsay & Blakiston, 1876), pp.792-793
  • 7. Preston, George, Op. cit., p.34

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