The Wave - Ron Jones

Notas : 1 2 3 4 5 6

Lo que sigue es una historia real. Sucedió en Cubberly High School, en Palo Alto, California durante cinco días, en abril de 1969, bajo la máxima de: "haz lo tuyo".

Introducción

Un encuentro inicial
Durante años guardé un extraño secreto, que compartí con doscientos alumnos. Ayer me encontré con uno de ellos y, por un instante, todo regresó en el tiempo.
Steve Coniglo había sido alumno en segundo año de mi clase de Historia Universal. Nos encontramos accidentalmente, en una de esas situaciones que experimentan los profesores cuando menos se lo esperan.
Uno está paseando por la calle, comiendo en un restaurante apartado o haciendo compras, cuando, de pronto, irrumpe un alumno, saludando. En este caso, era Steve quién corría gritando: "¡Señor Jones!, ¡señor Jones!" Nos saludamos en un abrazo confuso y tuve que hacer un esfuerzo para recordar quién era este joven que me abrazaba. Me llamó señor Jones, por lo que debía tratarse de un alumno antiguo, pero, ¿cómo se llamaba?
Steve percibió mis dudas y retrocedió. Luego sonrió y, lentamente, levantó la mano, ahuecándola como una cuchara.
¡Dios mío! ¡Es miembro de la Tercera Ola! ¡Es Steve! ¡Steve Coniglo! Se sentaba en la segunda fila. Era un alumno brillante y sensible. Tocaba guitarra y le gustaba el teatro.
Seguíamos allí, intercambiando sonrisas, cuando, sin una intención consciente, levanté mi mano dándole forma de cuchara. El saludo fue correspondido. Dos compañeros se habían encontrado mucho tiempo después de la guerra: La Tercera Ola estaba viva aún.

Recordando la Tercera Ola
"Señor Jones, ¿se acuerda de la Tercera Ola?" ¡Por supuesto que sí! Fue uno de los acontecimientos más espantosos que experimenté en mis clases. También fue la génesis de un secreto que yo y doscientos alumnos compartiríamos tristemente por el resto de nuestras vidas.
Durante algunas horas conversamos e hicimos bromas acerca de la Tercera Ola; luego, llegó el momento de partir. (Es extraña la forma en que, por casualidad, se reencuentra a un ex alumno; por un momento se apodera de la vida de uno y luego se dice adiós sin saber cuándo volverán a verse. Prometen llamarse por teléfono, pero no lo harán). Steve seguirá creciendo y cambiando. Yo seré un punto de referencia inmutable en su vida, una presencia que no cambiará; el Sr. Jones. Steve se da vuelta y me entrega un sereno saludo con la mano levantada, formando una sinuosa ola. Le devuelvo el ademán, con la mano curvada en igual forma.
La Tercera Ola... Bueno, por fin puedo hablar de eso. Acababa de encontrarme con un ex alumno y durante horas habíamos hablado de esa pesadilla. Después de tres años, el secreto comenzaba a desvanecerse. Ahora que es sólo un sueño, algo para recordar, o mejor, algo que tratamos de olvidar, puedo contar a Ud. y a cualquiera acerca de lo que fue la Tercera Ola.
Es así como empezó todo y, por una extraña coincidencia, creo que fue Steve quien inició la Tercera Ola con una pregunta.
Estábamos estudiando la Alemania nazi y me interrumpió la pregunta: "¿Cómo pudo el pueblo alemán declararse ignorante respecto de la masacre del pueblo judío? ¿Cómo pudieron, los habitantes de las ciudades, los conductores de trenes, los profesores, los médicos, declarar que no sabían nada acerca de los campos de concentración y de la carnicería humana? ¿Cómo, personas que eran vecinas y tal vez, incluso, amigas de ciudadanos judíos, pudieron decir que no estaban allí cuando eso ocurrió?". Era una buena pregunta y yo no supe responderla.
Como aún nos quedaban muchos meses para que finalizara el año escolar y yo ya había llegado a la Segunda Guerra Mundial, decidí dedicar una semana para investigar esa pregunta.

Poder a través de la disciplina

Inicios
El lunes introduje a mis alumnos de historia de segundo año a una de las experiencias que caracterizaron a la Alemania nazi: la disciplina. Les hablé acerca de la belleza de la disciplina; de cómo se siente un atleta al haber trabajado dura y regularmente para tener éxito en el deporte; de cómo se empeña un bailarín o un pintor para perfeccionar un movimiento; de la tenaz paciencia de un científico en la prosecución de una idea; acerca del poder del deseo; acerca del uso del esfuerzo físico para el logro de habilidades mentales y físicas superiores; acerca del triunfo final. Para experimentar el poder de la disciplina, sugerí (no, exigí) a la clase el ejercicio y uso de una nueva forma de sentarse. Les expliqué cómo una manera correcta de sentarse ayuda a la concentración y fortalece los deseos, Concretamente, les impuse una posición para sentarse que comenzaba por mantener los pies firmes contra el suelo y las manos estiradas, cruzadas en la espalda, a fin de lograr una posición recta de la columna. "Así respiran más fácilmente y están más atentos. ¿No se sienten mejor?". Practicamos una y otra vez esta nueva posición de atención.
Caminé por los pasillos señalando los pequeños defectos y corrigiéndolos. La forma manera de sentarse se transformó en el aspecto más importante del aprendizaje. Di por terminada la clase haciéndoles dejar sus escritorios y luego, abruptamente, haciéndoles regresar a la posición de atención. Rápidamente, la clase aprendió a cambiar de la posición de pie a la de atención, sentándose en quince segundos. Centré la preocupación en que los pies estuvieran paralelos y planos, los tobillos juntos, las rodillas dobladas en un ángulo de noventa grados, las manos estiradas, cruzadas en la espalda, la columna recta, el mentón pegado al pecho y la cara de frente. Hicimos ejercicios sonoros en que la conversación era permitida sólo para demostrar que era una distracción. A los pocos minutos de ejercicios progresivos, el grupo podía cambiar desde una posición de pie, fuera de la sala, a una posición sedente, junto a sus escritorios, sin hacer ruido; la maniobra completa sólo nos tomaba cinco segundos.

Primeros resultados
Me extrañaba ver la rapidez con que los alumnos adoptaron ese código de comportamiento uniforme. Comencé a preguntarme hasta dónde podían ser llevados. ¿Era esta obediencia un juego momentáneo, al que todos estábamos jugando, o había algo más? ¿Era una necesidad natural el deseo de disciplina y uniformidad, un instinto social que escondíamos tras nuestros restoranes informales o los programas de televisión? Decidí probar la tolerancia del grupo hacia la acción reglamentada. En los últimos veinticinco minutos de la clase, introduje algunas reglas nuevas: los alumnos debían permanecer sentados en la posición de atención hasta el último sonido de la campana. Todos debían tener un papel y lápiz para tomar apuntes. Al formular una pregunta o al responder, debían ponerse de pie junto al escritorio, y la primera palabra debía ser: "Sr. Jones". Tuvimos una breve sesión de "lectura silenciosa". Los alumnos que no se atenían a esas normas eran sancionados y se les hacía repetir las reglas hasta que se convirtieran en un modelo de puntualidad y respeto. La intensidad de la respuesta llegó a ser más importante que el contenido mismo de ella y, para resaltar lo anterior, hice preguntas que debían ser respondidas en tres palabras, o menos. Estimulé a mis alumnos a que hicieran un gran esfuerzo al preguntar o responder algo y también les enseñé a actuar de manera rápida y cortés.
Muy pronto comenzaron a surgir preguntas y respuestas. El nivel de compromiso pasó de los pocos que siempre dominaban las discusiones, a todo el grupo. Al mismo tiempo, era extraño el gradual perfeccionamiento en la calidad de las respuestas. Cada uno parecía escuchar más atentamente; eran nuevas personas las que hablaban. Las respuestas comenzaron a ser más largas a medida que los alumnos, por lo general reacios a hablar, se sentían seguros, gracias a su propio esfuerzo.
Por mi parte, en este experimento yo sólo me hacía preguntas: ¿Por qué no había pensado antes en esta técnica? Los alumnos se veían interesados en el asunto y repetían cuidadosamente hechos y conceptos. Incluso, parecía que planteaban mejores preguntas y entre ellos se trataban con más consideración, ¿Cómo era posible? Yo estaba creando un ambiente de aprendizaje autoritario y éste, parecía ser muy productivo. Comencé, entonces, a ponderar no sólo hasta dónde podía arrastrar al grupo, sino también hasta qué punto esto iba a cambiar mis creencias básicas acerca del aprendizaje libre y autodirigido. ¿Acaso desaparecería mi fe en Carl Rogers? ¿Hacia dónde me estaba llevando este experimento?

Poder a través de la comunidad

Primera lección práctica
El martes, segundo día del experimento, entré a la sala encontrando a todo el grupo sentado en silencio, en la posición de atención. Algunos rostros se veían relajados por sonrisas destinadas a agradar al profesor, pero la mayoría de los alumnos miraba fijamente, mostrando una profunda concentración, con los músculos del cuello rígidos y sin el menor rastro de una sonrisa o de un pensamiento, ni siquiera de una interrogación, tensas cada una de sus fibras, ejecutando su papel. Para librarlos de la tensión, me acerqué a la pizarra y escribí con grandes letras: "PODER A TRAVÉS DE LA DISCIPLINA" y, bajo esta frase, escribí una segunda máxima: "PODER A TRAVÉS DE LA COMUNIDAD".
Mientras el grupo permanecía sentado en profundo silencio, comencé a sermonearlo acerca del valor de la comunidad. A este punto del juego, pensaba en mi fuero interno si debía parar el experimento, o continuar con él. No me había esperado semejante intensidad ni sumisión. De hecho, me sorprendía ver cómo las ideas acerca de la disciplina estaban completamente estatuidas. Mientras seguía planteándome si continuar o no con todo eso, seguí hablando acerca de la comunidad. Inventé historias acerca de mi experiencia como atleta, como entrenador deportivo y como profesor de historia. Había sido una experiencia fácil. La comunidad es ese vínculo entre los individuos que trabajan y luchan juntos, es sentir que se es parte de algo que está más allá de uno mismo, un movimiento, un equipo, la raza, una causa.
Ya era tarde para retroceder, (Ahora puedo comprender por qué el astrónomo mira inexorablemente a través del telescopio). Estaba sondeando cada vez más profundamente en mis percepciones y motivaciones acerca de la acción de grupos y la acción individual. Y aún quedaba mucho por ver y entender. Numerosas preguntas me asaltaban: ¿Por qué los estudiantes aceptaban la autoridad que estaba imponiéndoles? ¿Dónde había quedado su curiosidad o resistencia ante el comportamiento marcial? ¿Cuándo y cómo terminaría todo esto?
Siguiendo con mi descripción de comunidad, dije a mis alumnos que, al igual que la disciplina, las ideas sobre comunidad debían ser experimentadas para ser comprendidas. Para ejemplificar la idea de comunidad, les hice repetir al unísono: "Poder a través de la Disciplina". "Poder a través de la Comunidad". Al comienzo, hice dirigir el coro a dos estudiantes, parados frente al grupo, luego fui agregando estudiantes, hasta que, finalmente, toda la clase recitaba de pie. Fue muy curioso, los alumnos comenzaron a mirarse unos a otros, sintiendo el poder de la pertenencia. Estaban haciendo algo juntos.
Trabajamos en este simple ejercicio durante todo el período de la clase, repitiendo los lemas en coro, diciéndolos con distintas intensidades, siempre juntos, enfatizando, al mismo tiempo, la forma correcta de sentarse, de pararse, de hablar.
Comencé a sentirme a mí mismo como parte integrante del experimento, gozaba con la unidad que demostraban mis alumnos, era gratificante ver su satisfacción y su deseo de seguir adelante. En cuanto a mí, me era cada vez más difícil sustraerme de la situación y la identificación que estaba desarrollando la clase; estaba siguiendo el dictamen del grupo de la misma forma en que lo estaba dirigiendo.

El saludo
Cuando ya terminaba el periodo y sin ningún oculto propósito, creé un saludo que era sólo para los miembros del grupo. Para hacer este saludo, se levantaba la mano derecha a la altura del hombro, en una posición curvada, como cuchara. Lo denominé el saludo de la Tercera Ola, pues la mano parecía la cresta de una ola a punto de estallar. La idea del número tres surgió de la marea, en que las olas se forman en cadena, siendo la tercera la última de cada serie y la mayor.
Desde que inventamos el saludo, hice de él una regla para saludar a todos los miembros de la clase, incluso fuera de la sala. Cuando sonó la campana indicando el fin de período, pedí al grupo absoluto silencio y, frente a todos los alumnos sentados en la posición de atención, levanté lentamente mi brazo y, curvando la mano, los saludé. Fue una señal silenciosa de reconocimiento e indicaba que ellos eran algo especial que los distinguía del resto de la gente. Sin que mediara ninguna orden, el grupo completo me devolvió el saludo. Desde ese día, mis alumnos, dondequiera que se encontraran, intercambiaban este saludo en las canchas de deportes, en la biblioteca, en la cafetería, en que se produjo un pequeño accidente con las bandejas, se veía a mis alumnos intercambiando esa extraña jerga. El misterio de treinta individuos que hacían esta curiosa pirueta, pronto llamó la atención de los demás hacia el grupo y su experimento sobre la personalidad alemana. Muchos estudiantes de otros cursos pidieron integrarse.

Poder a través de la acción

Tarjetas de socio
El miércoles decidí entregar tarjetas de socio a cada estudiante que quisiera continuar con lo que empecé a llamar el Experimento. Nadie se manifestó con deseos de abandonarlo. En este tercer día de actividades había 43 alumnos en la sala. Trece muchachos habían dejado otros cursos para integrarse al Experimento. Mientras estaban todos sentados en la posición "correcta", entregué a cada uno una tarjeta y, marcando con una equis roja tres de ellas, informé a los receptores que tenían una misión especial, consistente en denunciar a aquellos alumnos que no cumplieran con las reglas. Luego, les hablé acerca del significado de la acción. Expliqué cómo disciplina y comunidad carecían de significado sin la acción; me referí a la maravilla que encerraba la responsabilidad total de las acciones individuales les hablé de la confianza en uno mismo, la comunidad y la familia, instituciones que debían protegerse y preservarse a cualquier costo. Puse el acento en el trabajo duro y la mutua lealtad, que hacían posible el rápido aprendizaje y el logro de los objetivos. Les hice sentir cómo la competencia producía temor v degradaba a les individuos, despertando en ellos sentimientos de compasión, sensación de inutilidad, de no-pertenencia y de falta de apoyo.
A este punto, los alumnos comenzaron a pararse voluntariamente y a hacer declaraciones como: "Sr. Jones, por primera vez estoy aprendiendo muchas cosas" "Sr. Jones, ¿por qué no enseña así siempre?" Yo estaba perplejo. Estaba atiborrándolos de información y en una forma tan coercitiva, que el hecho de que lo encontraran cómodo y aceptable era sorprendente. Era igualmente desconcertante descubrir que el tiempo necesario y la complejidad de la tarea acerca de la vida alemana eran tan vastos y, sin embargo, era completada e incluso ampliada por los estudiantes. El rendimiento académico había mejorado significativamente, estaban aprendiendo más y pedían más aún. Comencé a pensar que los alumnos harían todo lo que les pidiese y decidí hacer la prueba. Para permitirles una experiencia directa, di a cada uno una tarea específica: Diseñar una bandera de la Tercera Ola y responsabilizarse de impedir el ingreso a la sala a los extraños. Recordar y ser capaz de repetir para el día siguiente, de memoria, el nombre y la dirección de cada miembro de la Tercera Ola. Cada alumno recibió la responsabilidad de entrenar y convencer a, por lo menos, veinte muchachos de la escuela básica. Cada uno de los alumnos debía dame el nombre y la dirección de un amigo en el que se pudiera confiar y que quisiera participar en la organización.
Para concluir esa sesión de acción directa, instruí a algunos alumnos acerca de una forma más simple de reclutar nuevos miembros, consistente en que cada miembro nuevo solamente tenía que ser recomendado por otro antiguo y yo le daría una tarjeta. Cuando la recibiera, debía demostrar conocimiento acerca de nuestras reglas y obedecerlas. Mi proposición fue acogida con entusiasmo.
La curiosidad se apoderó del colegio, afectando a todo el mundo. El cocinero me preguntó cómo debía ser un pastel de la Tercera Ola y, le respondí "Igual a una rosca de chocolate, naturalmente". El director, en una reunión de profesores, me saludó a la manera de la Tercera Ola y le devolví el saludo. La bibliotecaria me agradeció nuestro esquema de aprendizaje, escrito en un gran pliego de treinta pies y lo puso sobre la entrada de la biblioteca. Al final del día, fueron admitidos más de doscientos alumnos en el nuevo orden. Mientras tanto, yo me sentía muy solo y un poco asustado.
Los soplones.
Mi mayor temor fue provocado por el incidente de los soplones. Si bien yo designé formalmente a tres alumnos para que me informasen de los casos de comportamiento desviado, aproximadamente veinte personas se acercaron a mí con informes del tipo de: "Alan no saludó", "Georgina estaba criticando el Experimento", etc. Este incidente de los chismes significaba que ya la mitad del grupo consideraba su deber observar y delatar a otros miembros de su propio grupo. Junto con esta avalancha de informes, parecía avecinarse una conspiración de verdad. Tres muchachas de la clase habían contado todo a sus padres acerca de las actividades del colegio. Estas alumnas eran, con creces, las más aventajadas de la clase y andaban siempre juntas; además, tenían en común su gusto por el liderazgo. Durante el Experimento, me preguntaba cómo responderían a la idea de igualdad entre los integrantes del grupo. Las recompensas a que ellas estaban acostumbradas no tenían cabida en el Experimento. Las cualidades intelectuales como el razonamiento, no existían para nosotros. En la atmósfera marcial de la clase, parecían mantenerse al margen. Ahora que veo retrospectivamente el Experimento, ellas me parecían entonces como esos alumnos con dificultades en el aprendizaje. Observaban las actividades, participando mecánicamente mientras el resto se mostraba entusiasta, ellas se introvertían, limitándose a observar. Al contar a sus padres lo del Experimento, provocaron una breve cadena de acontecimientos. Un rabino me llamó de parte de uno de los padres, siendo cortés y condescendiente: Le dije que sólo estábamos estudiando la personalidad alemana y se mostró satisfecho, dándome a entender que no me preocupara, pues él se encargaría de llamar a los padres para tranquilizarlos. Al concluir esta conversación, pensé en cuántas veces, a través de la historia, había habido conversaciones similares en las que la iglesia aceptó y pidió excusas por entrometerse. Si el rabino se hubiera encolerizado o, simplemente, hubiera investigado la situación, yo podría haber demostrado a mis alumnos una forma concreta y correcta de rebelión. Pero no, el rabino se convirtió en una parte del Experimento; al ignorar la opresión, pasó a ser cómplice.

El guardaespaldas
Al terminar el tercer día estaba agotado, me estaba desmoronando, El equilibrio entre el papel que jugaba y el comportamiento real, llegó a ser difícil de distinguir. Muchos alumnos eran auténticos miembros de la Tercera Ola y exigían a los demás estricta obediencia a las reglas, desaprobando a aquellos que tomaban el Experimento a la ligera. Otros, simplemente, se sumergían en las actividades, auto-asignándose tareas.
Me acuerdo en especial de Roberto, un muchacho grande para su edad y con pocas cualidades académicas. Se empeñaba más que otros para salir adelante; entregaba detallados informes semanales, copiados, palabra por palabra, de las enciclopedias de la biblioteca. Roberto era de aquellos muchachos que no causan problemas, no son brillantes, no pueden formar parte de equipos deportivos y no llaman la atención entre sus compañeros. Están perdidos, son invisibles. La única razón por la que llegué a conocer a Roberto fue porque siempre lo encontraba comiendo en la sala, siempre solo. La Tercera Ola le dio a Roberto un lugar en el colegio. Por lo menos, era igual a todo el mundo, hacer algo que tuviese un significado: eso era exactamente lo que hacía Roberto. El miércoles por la tarde lo encontré siguiéndome y le pregunté qué demonios hacia. Sonrió (no creo haberlo visto sonreír antes) y anunció: "Sr. Jones, soy un guardaespaldas. Tengo miedo que le suceda algo. ¿Puedo hacerlo, Sr. Jones, por favor?" No pude negarme ante esa sonrisa, y, así, tenía un guardaespaldas. Durante todo el día, él abría y cerraba las puertas por mí, caminaba siempre a mi derecha, sonreía y saludaba a los compañeros de curso, me seguía a todas partes. En la sala de profesores (vedada a los alumnos), se paraba silencioso y atento, mientras yo bebía mi café. Cuando un profesor de inglés le llamó la atención por estar ahí, sonrió y dijo: "Yo no soy un alumno, soy guardaespaldas".

Poder a través del orgullo

Las cosas fuera de control
El jueves empecé a dirigir mi Experimento hacia su etapa final. Estaba cansado y preocupado. Muchos alumnos habían sobrepasado los límites, llegando a convertirse la Tercera Ola en el centro de sus vidas. Yo mismo estaba en una condición bastante precaria, actuando instintivamente como un dictador, pero, con benevolencia, me convencía a mí mismo de los beneficios de esta experiencia. Ya en este cuarto día estaba empezando a olvidar mis propios argumentos. Mientras más tiempo dedicaba a jugar mi papel, menos tiempo tenía para recordar el origen y las razones del Experimento. Me sorprendí a mí mismo desempeñando un papel aunque no fuese necesario y me pregunto si esto no le sucede a mucha gente: Nos auto-asignamos roles determinados y después hacemos todo lo posible por hacer creer que realmente somos lo que aparentamos. Luego, esa imagen es la única identidad nuestra que la gente acepta. En esa forma, llegamos a convertirnos en una imagen. El problema con la situación y el rol que me había creado fue no haber tenido tiempo para pensar hacia dónde me estaba llevando. Los acontecimientos se entrechocaban a mí alrededor y yo temía por mis alumnos, que hacían cosas que lamentarían más tarde. Temía también por mí mismo.
Una vez más me encontré pensando en concluir el Experimento o hacerlo caer por su propio peso, pero ambos caminos eran impracticables, pues si paraba el Experimento, un gran número de alumnos quedaría abandonado; Se habían comprometido profundamente con este nuevo comportamiento, se habían expuesto emocional y psicológicamente. Si yo los regresaba bruscamente a la realidad, tendría que vérmelas con un grupo muy confundido, por el resto del año. Habría sido muy doloroso y degradante, para Roberto y los alumnos como él, hacerlos volver a sus puestos y decirles que sólo habla sido un juego; los alumnos más brillantes también habrían quedado en ridículo. Yo no podía dejar que los Robertos perdieran otra vez.
La otra opción, la de dejar caer el Experimento por su propio peso, también estaba fuera de las posibilidades. Las cosas estaban ya fuera de control.

La gota final
El miércoles, al atardecer, alguien había irrumpido en la sala, registrándolo todo. Más tarde supe que se trataba del padre de uno de mis alumnos, un coronel de la Fuerza Aérea que había estado un tiempo prisionero en un campo de concentración alemán. Al saber acerca de nuestras actividades, simplemente perdió el control de sus actos y, tarde en la noche, entró en la sala haciéndola pedazos. A la mañana siguiente lo encontré recargado contra la puerta. Me habló de sus amigos asesinados en Alemania, mientras me agarraba, temblando, y, con palabras entrecortadas, me rogó que lo entendiera y ayudara a regresar a su casa. Llamé a su esposa y, con la ayuda de un vecino, lo llevé a su casa. Durante horas hablamos sobre lo que él sentía y hacía. Desde ese momento, en la mañana del jueves, estaba más preocupado aún con lo que estaba ocurriendo en el colegio. Nuestra actividad estaba afectando a la facultad y a otros estudiantes. La Tercera Ola estaba interfiriendo la enseñanza, ya que algunos estudiantes faltaban a otras clases para participar con nosotros. La dirección interrogaba a los alumnos acerca de sus actividades. Se ponía en funcionamiento una verdadera Gestapo.

Preparando el final
Al enfrentarme al Experimento y ver cómo parecía estallar éste en todas direcciones, decidí usar una vieja estrategia de básquetbol: cuando un jugador lucha contra todos sus adversarios, lo mejor es intentar el elemento sorpresa. Y eso fue lo que hice.
Ya el jueves el curso había aumentado a ochenta personas. Lo único que les permitía a todos caber en la sala era la disciplina impuesta, que consistía en sentarse en silencio, en la posición de atención. Había una calma extraña en una pieza llena de gente sentada en silencio y observando con expectación. Eso me ayudaba a acercarme a ellos según lo planeado. En ese momento les dije solemnemente: "El orgullo es mucho más que saludos y banderas. Es algo que nadie puede quitarles. Es saber que tú, o tú, eres el mejor y no puedes ser destruido".
En el clímax de la reunión, cambié abruptamente el tono de voz, bajándola, para anunciar la verdadera razón de ser de la Tercera Ola y, de una manera lenta y metódica, les expliqué qué había detrás de la Tercera Ola, "La Tercera Ola no es sólo un experimento o una actividad escolar, es mucho más importante que eso. La Tercera Ola es un programa organizado a través de todo el país para buscar alumnos que quieran luchar por obtener cambios políticos. Es verdad. Esta actividad que hemos estado realizando ha sido una práctica para lo que luego va a ser una realidad. A través del país, profesores como yo, han estado instruyendo y entrenando una joven brigada, capaz de mostrar a toda la nación una mejor y nueva sociedad, mediante la Disciplina, la Comunidad, el Orgullo y la Acción. Si cambiamos la forma en que se maneja esta escuela, podremos cambiar la forma en que se manejan las fábricas, las tiendas, las universidades, y todo tipo de instituciones. Uds. son un grupo selecto de gente joven, elegidos para colaborar en esta causa. Si Uds. se levantan y muestran lo que han aprendido en estos últimos cuatro días, podremos cambiar el destino de esta nación. Podremos darle un nuevo sentido del orden de la comunidad, del orgullo y de la acción: una nueva tarea. Todo se apoya y descansa en Uds. y sus deseos por ocupar un lugar".
Para dar validez y seriedad a mis palabras, miré a las tres mujeres del curso, que yo sabía habían dudado de la Tercera Ola, y les ordené que abandonaran la sala. Expliqué por qué lo había hecho y luego designé a cuatro guardias que las escoltarían a la biblioteca e impedirían que entraran a la sala el viernes. Luego, con gran dramatismo, informé al grupo acerca de una concentración especial que se llevaría a cabo el día siguiente. Esta sería una concentración solamente para los miembros de la Tercera Ola.
Era un juego macabro. Yo seguía hablando, con miedo de que, si me detenía, alguien pudiera reírse o hacerme alguna pregunta, con lo que toda la gran escena se disolvería y sería el caos. Expliqué cómo el viernes, a mediodía, un candidato nacional a la presidencia anunciaría la formación de un programa juvenil de la Tercera Ola. Simultáneamente a este anuncio, más de mil grupos de jóvenes de todas partes del país harían demostraciones de apoyo a este movimiento y les revelé que ellos eran los seleccionados para representar esta área. También les encargué hacer una buena presentación porque la prensa habla sido invitada a grabar este acontecimiento.
Nadie se rió. No hubo ni un murmullo de resistencia, por el contrario, sus rostros se iluminaron ponla excitación y preguntaron: "¿Usaremos camisas blancas? ¿Podremos traer amigos? Señor Jones, ¿ese anuncio lo vio en la revista 'Timé'?"
El detalle de la revista sucedió accidentalmente: era una página entera, a todo color, haciendo propaganda a unos productos madereros. El publicista identificó su producto como la "Tercera Ola". La propaganda rezaba, en grandes letras azules, rojas y blancas: "Viene la Tercera Ola". Los alumnos preguntaron: "¿Es esto parte de la campaña, señor Jones? ¿Es una clave, o algo así?" "Si, les dije, escuchen bien. Está todo listo para mañana. Deben acudir todos al auditorio pequeño, a las 11:50 horas, sentarse y estar listos para mostrar la Disciplina, Comunidad y Orgullo que han aprendido. No deben hablar a nadie acerca de esto. Esta concentración es solamente para miembros".

Poder a través del entendimiento

Descubriendo la verdad
El viernes, último día del ejercicio, me pasé toda la mañana preparando el auditorio para la concentración. A las 11:30 los alumnos empezaron a entrar en fila india, llenando las hileras de asientos. El silencio inundaba la sala. Las banderas de la Tercera Ola colgaban como nubes desde el techo. A las doce en punto cerré la sala y puse guardias en las puertas. Varios amigos míos, actuando como reporteros y fotógrafos, empezaron a tomar fotos y a escribir rápidas notas. No había ni un solo asiento libre. El grupo estaba compuesto por distintos tipos de muchachos: los atletas, los socialmente prominentes, los dirigentes, los solitarios, los que siempre se iban temprano de clases, los ciclistas, los bromistas, los dadaístas... La colección completa parecía, sin embargo, una sola fuerza, al sentarse en una perfecta posición de atención. Todos se fijaban en el equipo de televisión, que yo había ubicado al frente de la sala. Nadie se movía, el silencio era profundo, pareciendo que todos eran testigos de un nacimiento. La tensión y la ansiedad eran increíbles.
"Antes de comenzar la Conferencia Nacional de Prensa, que empieza dentro de cinco minutos, quiero demostrar a la prensa el nivel de nuestro entrenamiento". Diciendo esto, hice el saludo y, enseguida, doscientos brazos, automáticamente, me saludaron. Después, dije: "PODER A TRAVÉS DE LA DISCIPLINA". Doscientas voces repitieron en coro: "PODER A TRAVÉS DE LA DISCIPLINA". Lo repetimos una y otra vez y la respuesta cada vez era más sonora. A este punto, los fotógrafos aunque seguían tomando fotos, eran ignorados. Reiteré la importancia de este evento y, una vez más, pedí disciplina. La sala retumbó con el grito gutural de "PODER A TRAVÉS DE LA DISCIPLINA".
Eran las 12:05, Apagué las luces y caminé rápidamente hacia el equipo de televisión. Parecía que el aire de la sala se estaba secando y era difícil respirar y, más difícil aún, hablar. Era como si, en su clímax, la muchedumbre enardecida hubiera echado todo fuera de la sala Encendí el televisor. Ahí estaba yo, parado, junto al aparato, mirando hacia la sala repleta. La pantalla produjo un haz luminoso azul pálido. Roberto estaba a mi lado. Le susurré que mirara atentamente y no se distrajera en los próximos minutos La única luz de la sala provenía del televisor, reflejándose en los rostros de los alumnos. Los ojos se esforzaban, mirando la luz, pero ésta no cambiaba. La concurrencia se mantuvo quieta esperando. Había una guerra mental entre la gente del auditorio y la televisión y fue esta última la que ganó. El fulgor del aparato no mostró ningún candidato presidencial, simplemente se apagó. Los que contemplaban, todavía persistían. ¡Tenía que haber un programa! ¡Tenía que venir! ¿Dónde estaba? El trance frente al televisor continuó durante lo que parecieron horas: eran las 12:07, Nada. Un televisor apagado. No iba a suceder. La ansiedad se transformó en frustración. Alguien se paró y gritó:

La decepción
"¿No hay ni un líder?. ¡Verdad!". Todos miraron sorprendidos al alumno y luego al televisor. En sus rostros habla una mirada de incredulidad. En la confusión del momento, me moví despacio al televisor, sintiendo la respiración de la gente. Esperaba un bombardeo de preguntas, pero sólo hubo un profundo silencio. Empecé a hablar, cada palabra parecía ser escuchada y absorbida.
"Escuchen claramente, tengo una cosa muy importante que decirles. No hay, ningún líder. No hay nada que se parezca a un movimiento llamado "Tercera Ola". Uds. han sido usados, manipulados, empujados por su propia voluntad hacia el lugar en que se encuentran en este momento. Ustedes no son mejores ni peores que los nazis alemanes que hemos estado estudiando".
"Ustedes pensaron que eran los elegidos, que eran mejores que los que están fuera de la sala. Ustedes vendieron su destino y su libertad por la comodidad de la disciplina y la superioridad. Ustedes eligieron aceptar el deseo del grupo y la gran mentira de su propia convicción y creyeron que sólo lo hacían, por diversión, en un comienzo, que podrían salirse en cualquier momento, pero, ¿hasta dónde habrían llegado? ¿Qué tan lejos podrían haber ido? Déjenme mostrarles su futuro". Con esto, encendí una proyectora de cine. Inmediatamente iluminó una tela blanca que colgaba encima del televisor. El rugido de la concentración de Nüremberg apareció en la pantalla. Mi corazón golpeaba fuertemente. En imágenes fantasmagóricas, la historia del Tercer Reich desfiló ante la sala. La Disciplina. La marcha de la Súper Raza. La gran mentira. Arrogancia, violencia, terror. Gente empujada dentro de grandes camiones. La visión de los campos de concentración, caras sin ojos. Los juicios. La plegaria de la ignorancia.
Yo sólo hacía mi trabajo, Mi trabajo. Abruptamente, como empecé la proyección de la película, terminé con una frase: "Todo el mundo debe aceptar la culpa. Nadie puede declarar que no tomó parte alguna".
La sala permaneció oscura mientras el rollo cambiaba de carrete. Me sentí enfermo del estómago. La sala olía a camarín. Nadie se movía. Era como si cada une quisiera disecar ese momento, descubrir qué había pasado. Era como despertar de un sueño profundo. Toda la gente en la sala miró por última vez hacia su conciencia. Esperé durante varios minutos para que todos recapacitaran. Finalmente, algunas preguntas empezaron a surgir. Todas ellas indicaban una situación imaginaria y buscaban encontrar el significado de este evento.
Todavía en la sala a oscuras, empecé la explicación. Confesé mi sensación de enfermedad y remordimiento. Expliqué a la asamblea que una aclaración completa tomaría tiempo. Me vi desplazándome desde un punto de introspección activa en el evento, hasta el papel de profesor: es más fácil ser profesor.

La explicación final
"A través del experimento de la semana pasada, todos sentimos qué era vivir y actuar en la Alemania nazi. Aprendimos qué se siente al crear una sociedad disciplinada, al construir una sociedad especial y rendir pleitesía a esa sociedad, instituir la razón a través de reglas. Sí, todos habríamos sido buenos alemanes. Nos habríamos puesto el uniforme, habríamos dado vuelta la cara ante nuestros amigos perseguidos y encarcelados. Nosotros mismos habríamos cerrado los goznes. Habríamos trabajado en los centros de "defensa", quemado ideas.
Sí, sabemos, a escala, qué se siente ser un héroe, tener decisiones rápidas, sentirse fuerte y controlando el destino. Conocemos el miedo de ser dejado fuera, el placer de hacer algo bien y ser recompensado, ser el número uno, estar en lo correcto. Hemos visto, y, a lo mejor, sentido, lo que estas acciones, al ser llevadas a un extremo, pueden causar. Cada uno de nosotros ha sido testigo de algo en la semana recién pasada. Hemos visto que el fascismo no es solamente cosas que esa gente hizo. No. Está aquí, en esta sala, en nuestros propios y personales hábitos y formas de vida. Remuevan la superficie y aparecerá. Es algo que está en todos. Lo llevamos como un virus. La creencia de que los seres humanos son básicamente malos y que, por esto, no pueden actuar bien hacia sus semejantes, es una creencia que requiere de un fuerte líder y de disciplina para preservar el orden social y, aún más, es el acto de la defensa, de la apología".
"Esta es la lección final que debemos experimentar. Esta última lección, es, a lo mejor, la de mayor importancia. Esta lección era la pregunta que inició nuestra inmersión en el estudio de la vida nazi. ¿Se acuerdan, de la pregunta? Concernía a la ignorancia del pueblo alemán, reclamando no saber y no estar involucrado en el movimiento nazi. Si me acuerdo bien de la pregunta, ésta iba así: ¿Cómo pudo el soldado alemán, el conductor de trenes, la enfermera, el recaudador de impuestos, el ciudadano común, clamar, al final del Tercer Reich, que no sabía nada de lo que pasaba? ¿Cómo pudo, la gente, ser parte de algo y luego declarar no estar realmente involucrada? ¿Qué hizo que la gente se olvidara de su propia historia? En los próximos minutos y, quizás, años, Uds. tendrán la oportunidad de responderse estas interrogantes". "Si vuestra actuación sobre la mentalidad fascista ha sido lograda, ni uno de Uds. va a admitir jamás que estuvo presente en esta reunión final de la Tercera Ola. Como los alemanes, tendrán problemas para admitirse a Uds. mismos que llegaron tan lejos. No permitirán a sus amigos ni a sus padres saber que hubieran podido entregar la libertad personal y el poder individual a los dictadores o a un líder invisible. No pueden admitir que fueron manipulados, que fueron seguidores, que aceptaron la Tercera Ola como una nueva forma de vida. Uds. no admitirán que participaron en esta locura. Harán de este día y de esta reunión un secreto y es un secreto que yo compartiré con Uds.".
Saqué la película de la cámara y expuse el celuloide a la luz. El juicio había terminado. La Tercera Ola había terminado.
Miré hacia atrás. Roberto estaba llorando. Los alumnos se levantaron lentamente y, sin palabras, abandonaron la sala. Caminé hacia Roberto y lo abracé. Estaba sollozando y respiraba ahogadamente. Le dije: "Ya terminó. Está bien". Al consolarnos mutuamente, fuimos una roca en el arroyo de los estudiantes. Algunos se voltearon, estrechándonos, a Roberto y a mí. Otros lloraban abiertamente y se limpiaban las lágrimas, para seguir llorando. Eran seres humanos circulando y abrazándose mutuamente, yendo hacia la puerta, hacia el mundo exterior.
Durante una semana, en la mitad del año escolar, habíamos vivido y compartido intensamente un secreto.
En los cuatro años que fui profesor en el Cubberly High School, nunca nadie admitió haber asistido a la reunión final de la Tercera Ola. Por supuesto que hablamos y analizamos profundamente nuestras acciones, pero la reunión, no: Era algo que todos queríamos olvidar.